Cuando terminó el combate, todos nos sentimos tan desarmados como lució Osmar Bravo frente al ukraniano Oleksandr Gvozdyk a lo largo de tres asaltos que, apretados por el sufrimiento, nos parecieron una eternidad. Esfumado el sueño, con las especulaciones hechas añicos, sentimos un vacío frente a la pantalla del televisor y nos esforzamos en tratar de olvidar lo que vimos, aún sabiendo que sería inútil. La superioridad mostrada por el ukraniano, continuaba golpeando nuestras cabezas, arrugando corazones, terminando de sepultar esperanzas rotas. La diferencia fue 18-6, incluyendo conteo de protección y pérdida del protector bucal. ¡Cómo dolió!
¿Qué más le podíamos exigir a Osmar? Su bravura estaba ahí, intacta, pero sin “algo más”, no bastó para preocupar a un adversario que sabe estirar sus largos brazos con la prontitud requerida haciendo aterrizar sus golpes, que maneja su izquierda reiteradamente con precisión y contundencia aplicando cruzados y directos, que contragolpea con autoridad cuando es atacado tan frontalmente como lo hizo Bravo, que supo bloquear con seguridad frente a la sencillez, estuvo esquivando los golpes anunciados, y mostró que sabe moverse para conseguir mejores posiciones y ensayar descargas.
Claro, hizo lo que se le permitió, en tanto el nuestro, se sintió prisionero de sus limitaciones, ocultas en la pelea con Draskovic, puestas en relieve ahora, cuando la exigencia fue mayor. Insistió el pinolero, con ese compromiso de intentar ir a fondo aún en las situaciones más adversas, sin frenarse por carecer de recursos para resolver. Gvozdyk no le permitió entrar en discusión, y Osmar no tuvo más alternativa que abrir su camisa, mostrar el pecho agitado, y lanzarse de frente a las bayonetas. Su esfuerzo fue tan parecido al de éste país retando terribles dificultades. ¡Cómo no vamos a reconocérselo!
Por unos días, fuimos felices acariciando un sueño. Bravo necesitaba ganar dos peleas más. Era demasiado. De eso nos percatamos ayer con los puntajes 5-1, 7-3 y 6-2. Sobre el ring, las almas son más fuertes que los músculos y los huesos, pero pueden ser sujetadas por los recursos, el oficio y la experiencia. Ganó Osmar una pelea en Londres como Marcos Romero en Barcelona. Para nosotros, siempre pequeños en la esfera olímpica, eso es una hazaña.