CELTICS LOS DESTROZARON
David sin la honda y sin piedras, contra un Goliat arrogante y destructivo. Eso fue lo que pareció la sexta y última batalla entre los indefensos Lakers y los fieros Celtics, que imponiéndose en forma rotunda 131-92, capturaron el banderín de la NBA.
Cuando la diferencia en la pizarra durante el tercer cuarto se alargó a 31 puntos, 84-53, favorable a los Celtics, ya todos los televisores estaban apagados en Los Ángeles y nadie en esa ciudad quería que le hablaran de baloncesto.
¡Qué frustración! Pau Gasol quedó sin puntos en el primer cuarto y sólo consiguió un rebote en el segundo, en tanto Kobe Bryant, que con 11 puntos en el arranque parecía encaminarse a una gran noche, fue reducido a tres en el segundo período, que los Lakers perdieron 34-15, entregando mansamente el botín a sus verdugos. Kobe agregó ocho en el tercero para llegar a 22, una cifra sin significado para alguien tan grande como él.
Entrar al último cuarto perdiendo 89-60, era como estar siendo abrazado bruscamente en una jaula por un gorila. No había pelea. Los Celtics se dedicaron a golpear a los Lakers con todas las combinaciones imaginables, fragmentando sus mandíbulas, doblando sus rodillas, manteniéndolos contra las cuerdas y arrancándoles la piel en tiras.
¡Qué martirio! Pierce, Garnett y Allen parecían ser multiformes mientras arremetían haciendo estragos; Rondo se divertía robando balones, escapándose y disparando; House bombardeaba desde lejos; Brown pedía que le hicieran espacio para aportar, y Posey levantaba el brazo desde diferentes puntos diciendo: “¡Presente!”
¡Diablos!, los Celtics estaban solos, el balón giraba y entraba con una frecuencia a ratos alucinante, la diferencia se agrandaba hasta 104-70, y Gasol había perdido hasta la calzoneta con Kobe oculto en la maleza.
Había algo de sanguinario en la agresividad de los Celtics. Pierce, que raramente no se mostró en el primer período, comenzó a agitarse en el segundo, con ocho puntos y su presencia debajo de los tableros apoyando al intenso Garnett, con Allen moviéndose por afuera y los Lakers en un embudo, asustados.
Faltando cuatro minutos para cerrar las cortinas, Garnett, Pierce y Allen estaban en el banco, viendo el partido, adelantando el festejo con el entrenador Doc Rivers, que dejó de estar pendiente de lo que sucedía en la cancha.
Una vapuleada insospechada que colocó sobre el tapete la aplastante superioridad de los Celtics, obligando a los Lakers a sumergirse en la mediocridad.
Viéndolos anoche, uno se preguntaba con asombro: ¿cómo fue posible que los Lakers obtuvieran dos victorias?