El “huracán” Bolt lo borró todo. Tyson Gay no estaba en la pista y nadie pudo ver a Asafa Powell. A los 75 metros, el relámpago jamaiquino se vio solo y atrapado por su propio asombro; bajó los brazos, volteó sus manos, hizo un gesto de suficiencia, se golpeó el pecho y cerró reclamando algo de presión.

Detrás del avance vertiginoso de Bolt, quien después de la salida pareció proyectarse sobre carbones encendidos, quedó hecha astillas la impresionante marca mundial de 9.72 segundos, convertida en un increíble 9.69, cifra que debió ser más impactante, si Bolt decide cerrar pisando el acelerador a fondo.

Richard Thompson, de Trinidad (9.89), y el estadounidense Walter Dix (9.91), se quedaron con la plata y el bronce, y tres sprinters más: Churandy Martina (9.93), Asafa Powell (9.95) y Michael Frater (9.97), permitieron establecer la marca de seis finalistas debajo de los 10 segundos, superando los cinco de Atenas hace cuatro años.

Marc Burns y Darvis Patton también lo hubieran logrado, pero al verse sin chance perdieron impulso, registrando 10.01 y 10.03 segundos.

Háganme el favor de ayudarme a recordar otra final olímpica de 100 metros ganada con tanta autoridad, casi ridiculizando a los retadores, haciendo que la plata y el bronce se vieran masticados. La última diferencia de ese tipo fue vista en 1964, en Tokio, cuando Bob Hayes con 10 segundos superó al pequeño bólido cubano, Enrique Figuerola, quien marcó 10.2, en uno de los esfuerzos más impresionantes que se recuerden.

Lo de Bolt no fue sorprendente. En cuartos de final ofreció una prueba de su exuberante superioridad, cuando después de zumbar durante los primeros 50 metros, frenó y entró trotando como un pura-sangre, exhibiéndose, registrando 9.92 segundos. Era algo difícil de creer, pero el mundo lo vio.

Su última advertencia fue ese tiempo de 9.85 en semifinales, también sin forzar su maquinaria muscular al tope, diciéndonos: prepárense para lo que viene. Y en la final, Bolt fue un balazo. A los 60 metros había terminado con todos, drástica, implacable y espectacularmente.

¡Cómo me hubiera gustado estar ahí!