El problema del presente es que inevitablemente carga con el pasado. El gigantesco orgullo del fútbol brasileño tiene una herida que permanece abierta y sangrando profusamente: nunca ha podido ganar el oro olímpico.

Es como una espina clavada en el talón, que sólo la sientes y te incomoda terriblemente cada vez que entras a los Juegos Olímpicos. Eso le impide a Brasil funcionar tan espectacularmente como lo ha hecho en copas del mundo y tantos otros torneos. Lo achica, paraliza sus piernas, confunde sus ideas, lo devalúa y lo ha empujado a frustración tras frustración.

¡No más! ¡No más!, ha gritado el técnico Dunga, ansioso de hacer historia matando el pasado. Brasil, con un gol de Diego y dos de Thiago Neves, obtuvo ayer su tercera victoria consecutiva goleando calmadamente a China, y ahora se enfrentará en cuartos de final al complicado Camerún, segundo de Italia en el Grupo D y brillante ganador del oro en Sidney 2000.

Brasil no olvida el gol del camerunés Mboma, esa puñalada que lo eliminó en Sidney, pese a la presencia de Ronaldinho, Lucio y Edú, como tampoco olvida la derrota ante Nigeria en Atlanta 96, después de haber estado en ventaja 3-1 con Ronaldo, Rivaldo y Roberto Carlos.

Argentina, ganador del oro en Atenas hace cuatro años con el 1-0 sobre Paraguay, derrotó ayer 2-0 a Serbia con una alineación cargada de suplentes, aprovechando dardos de Lavezzi ejecutando un penal y Buonanotte. El equipo gaucho, que consiguió nueve puntos igual que Brasil, se verá las caras con Holanda en otra batalla de cuartos.

El equipo italiano enfrentará a Bélgica, en tanto, en duelo de africanos, Nigeria que decapitó a Estados Unidos, chocará con Costa de Marfil, sublíder en el Grupo A, dominado por Argentina.

Nunca se ha bailado samba en el fútbol olímpico. ¿Será capaz la tropa de Dunga de quebrar el maleficio, acorralando fantasmas y matando el pasado? Esa es la gran intriga.