Fue algo fantasioso. Una página arrancada de las Mil y Una Noche, o para agregarla en la nueva edición. David Cooperfierld, que hizo desaparecer la Estatua de La Libertad en aquel inolvidable acto televisado, hubiese estado con la boca abierta y rascando su cabeza, frente a esta ceremonia inaugural deslumbrante.

No podemos imaginar algo más fascinante. Medalla de oro para Beijing en la lista de todos los tiempos inaugurando Juegos Olímpicos.

China mostró sus relucientes “colmillos económicos”, con el show más espectacular y costoso que se haya visto, después de invertir más de 50 mil millones de dólares en la organización de estos juegos, incluyendo 16 mil millones en la preparación de sus 600 atletas.

El único pariente pobre en la élite del deporte olímpico es Cuba, que ha hecho una inversión incuantificable desde sus escuelas de iniciación deportiva, para meter sus narices entre los mejores. Se colocó número 11 en Atenas, mientras Brasil terminaba fuera de los 20 primeros y México se deslizaba a la posición 49.

Pero en Cuba el deporte es algo serio, priorizado. Desde el propio triunfo de la revolución fueron al grano y a fondo, con un presupuesto comparable con el de salud y educación, no como en el resto de America Latina.

Regresemos a la majestuosidad de lo visto. Todo el montaje hizo palidecer a los productores de la Guerra de las Galaxias, porque lo que vimos no fue un juego de imágenes o un producto de la computadora, sino algo real, una combinación perfecta de arte, cadencia, ritmo, imaginación y precisión. Magia pura.

La China de hoy engrandecida, retando a Estados Unidos en el medallero, con intención de escaparse, establecer diferencias claras, apoderarse del futuro.

Que impresionante fue ver al medallista de 1984, el gimnasta Li Ning, caminar por el cielo del estadio, suspendido por unas cuerdas, rumbo al pebetero para encender la llama que iluminó el planeta. 

¿Y qué decir de la reproducción del Estadio chino, “El Nido”, con capacidad para 91 mil y costo de casi 500 millones de dólares?. Cada nueva presentación provocaba asombro. No había pausa.

Ahí estaba Jaon Ming, el Gulliver chino de 2.26 metros como abanderado del escuadrón que representará a casi 1,300 millones de habitantes. 

Los fuegos artificiales, la música china, toda su gama cultural colocada en relieve, a la vista del mundo, la representación de la gran muralla, el pergamino, los guerreros, la sincronización de unos 20 mil ejecutores.

Cierto, toda esa grandiosidad no oculta problemas como los del Tibet, los derechos humanos y otros puntos sometidos permanente a discusión, pero en un mundo en que ningún sistema está libre de pecados, China ganó el round olímpico con una inauguración dificil de superar.

Ahora, sentémonos, abrochemos cinturones, y preparemonos. La pista, la pileta, los gimnasios, van a temblar.