Como mal estudiante, atraído por el deporte, viví alegremente los años 60 mientras la agitación política continuaba agitándose. Me bachilleré en 1964 y me atreví a intentar estudiar ingeniería, retando mi falta de disciplina y de vocación para una carrera tan exigente.

Nuestro deporte tenía significado en Centroamérica. Nicaragua había demostrado ser capaz de ganar un título centroamericano de baloncesto femenino con aquel equipo encabezado por Thelma Platt, y la Selección de fútbol de Mayorga y Dubois, de Chocorrón y Huete, nos impactó sorprendiendo a Estudiantes de La Plata.

La UCA entró violentamente al firmamento de nuestro deporte cubriendo varias áreas, y en 1968 ganó un cetro de fútbol en forma invicta. Fue la década en la que vimos crecer y desarrollarse a Eduardo “Ratón” Mojica, hasta disfrutar su resonante victoria sobre el campeón mundial Chionoi; en tanto Humberto Herrera, Luis Argüello y Carlos Velásquez, dominaban el escenario del motociclismo centroamericano, y las figuras de Edmundo Dávila y Julio Ramírez Arellano eran las más respetables en el ajedrez del istmo.

En atletismo, los nicas adiestrados por el húngaro Itsván Hidvegi eran invencibles en todos los lanzamientos, y superar al feroz Walberto López en ping pong, era lo más difícil de imaginar. En béisbol, la Liga Profesional impresionaba antes de cerrar sus puertas en 1967.

Nicaragua obtuvo en ese tiempo de mucho aliento, pese a trabajar con las uñas, títulos en judo y billar con Alberto Sujo, Santiago Juncadella y Arturo Bone. Las Federaciones se movían y funcionaban, luego existían, más allá del poco interés del somocismo.

Es decir, teníamos identidad y prestigio a nivel centroamericano: el mejor ajedrecista, el mejor pingponista, el mejor boxeador, los mejores lanzadores de bala, disco, martillo y jabalina, el mejor billarista, los mejores motociclistas, un gran baloncesto femenino, y esencialmente un agitado y productivo deporte colegial.

LA OCURRENCIA

Fue a István Hidvegi, el entrenador húngaro, quien se le ocurrió proponer que nos atreviéramos meter las narices en unos Juegos Olímpicos, algo así como “Alistemos las carabelas y vamos en busca de un nuevo mundo”.

Hidvegi, muy cercano discretamente a los círculos de poder militar donde moraba el presidente del CON, Adonis Porras, argumentó lo siguiente: “Era un estímulo para algunos de nuestros mejores atletas amateurs; nos permitiría incursionar en las más altas esferas, aún sin tener nivel de competencia, y eso podría facilitar conseguir ayuda. Para ir a México no se necesitaba ser Marco Polo, ni hacerle un préstamo a los reyes católicos; se podía enmarcar la delegación dentro de un presupuesto prudente, y sería algo histórico debutar en unos Olímpicos contra viento y marea.

Eran 13 atletas pinoleros, entre ellos siete de pista y campo, el área de Hidvegi: Juan Argüello, Francisco Menocal, Donald Vélez, Rolando Mendoza, Gustavo Morales, Esteban Valle y Carlos Vanegas; agreguen 3 púgiles: Hermes Silva, Mario Santamaría y Alfonso Molina; y tres pesistas: Carlos Pérez, Miguel Niño y Manuel Solís, estos dos últimos fuera de competencia por algunos inconvenientes.

DE FRENTE AL RETO

En atletismo, el nivel de competencia de esos Olímpicos fue extraordinario, sobre todo en velocidad y saltos, por la altura de México, algo que en cambio afectó a los fondistas. Correr en 100 metros al lado de Jim Hines, Charlie Green y Tommie Smith; saltar detrás de Bob Beamon; competir en los 400 contra Lee Evans o lanzar bala junto con Randy Matson, equivalía a enfrentar misiones tan imposibles, como declararle la guerra nuclear a Rusia y Estados Unidos juntos.

Pero, ¿qué importaba eso? Así que se tomó un atrevimiento en que nadie saldría herido, aunque las diferencias en nivel de competencia golpearan nuestras mandíbulas, haciéndolas crujir.

En los 100 metros, Juan Argüello cronometró 11 segundos y una décima, muy lento para estar en unos Olímpicos, en los cuales, cinco corredores atacaron con una furia pocas veces vista.

La marca mundial vigente en ese entonces que era de 10 segundos. Fue en México precisamente, donde Jim Hines marcó 9.95 segundos para la distancia, provocando asombro y abriendo espacio a discusiones sobre el límite de la capacidad humana.

En 200 metros, Argüello cronometró en principio un tiempo de 21.7 segundos, que representaba un nuevo registro nacional. Pero luego se informó que se trataba de un error, apuntándosele al nica 22.74 segundos.

Tiempo después, llegó la corrección avalando el 21.7… En los 400 metros, Menocal con 49.1 segundos consiguió un nuevo récord nacional para la distancia. Menocal también participó en 800 metros y se conformó con 1.58.9.

Donald Vélez se quedó bien atrasado en salto largo con 6 metros y 63 centímetros, y también en jabalina, con un discreto registro de 61.32 metros. En tanto, el esforzado Gustavo Morales con 45.76 en martillo, pasó inadvertido.

LA MAYOR PRESIÓN

Ninguno de los nicas sintió tanto la presión como el lanzador de bala Rolando Mendoza, en ese tiempo Campeón Centroamericano. Por asunto de orden alfabético Rolando quedó detrás de Randy Matson, dueño del récord del mundo. ¿Se imaginan eso? Uno ve a un tipo lanzar el artefacto por encima de los 20 metros con una facilidad asombrosa, y sabe perfectamente, que los 18 metros mínimos están tan lejos como las estrellas, pues la meta particular trazada es de apenas 14. ¡Que clavo amigos! El mejor disparo que logró Mendoza en sus tres intentos fue de 13 metros 33 centímetros, muy corto para competir.

En boxeo, Hermes Silva saltando de mosca a gallo, obligado por la aguja de la báscula, fue vencido por el jamaiquino Kenneth Campbell; en Pluma, el combativo Mario Santamaría no pudo con el rumano Simion Aurel; y Alfonso Molina, un peso ligero, fue dominado por Lahdhili Mongi de Túnez. Finalmente, el único competidor en pesas, el pluma Carlos Pérez, con 90, 90 y 122.5 en los tres estilos, sumó 302.5, para terminar en la posición 19 entre 20 participantes.

Así fue el atrevido debut nica en Juegos Olímpicos hace 40 años, cuando Managua no tenía ninguna piscina de 50 metros. La única pista de atletismo era la del Estadio Nacional, y el único gimnasio techado, el del Ramírez Goyena.

Ningún cronista fue enviado a la cobertura de ese evento.