¿Quién iba a sospechar que sería seleccionado el mejor jugador de la Copa?

En los primeros días, Zinedine Zidane parecía estar huyendo de sus propias huellas. Frente a Corea del Sur y Suiza, lo único visible sobre su presencia y desempeño, fueron las dos tarjetas amarillas que lo sacaron de la alineación frente a Togo, con Francia buscando desesperadamente la victoria para evitar otra muerte prematura como en el 2002.

Y la lograron, 2-0 sin Zidane en la trinchera. La mejoría de juego del equipo, hizo pensar que si Francia quería disponer de mejores opciones, tenía que olvidarse de Zidane, quien ciertamente, estaba saliendo del futbol, como él mismo habia decidido, supuestamente con la sensatez que facilita la objetividad.

Eso me hizo recordar que antes del Mundial de 1998 en Francia, el de su consagración, decían que no se agigantaba en los partidos cruciales, que no marcaba goles, que le dolía la cabeza, que le faltaba vitalidad.

¿Era ese el mismo jugador que destrozó a Brasil con un par de cabezazos y una exhibición de futbol artistico y puro, incontrolable, fantasioso?

Verlo moverse, avanzar, manejar el balón y fabricar espacios con la cabeza levantada, cabalgando con la seguridad y elegancia que caracteriza a los caudillos, con un detector infalible para la entrega de pases y una facilidad para demarcarse y maniobrar, que idetifica a los fuera de serie.

Ese fue el Zidane que sorprendentemente comenzó a aparecer frente a España con aquella actuación revitalizante y aquel gol de magnífica definición, y terminó de hacerlo, brusca y brillantemente frente a Brasil, a quien volvió a perjudicar severamente quitándole la pelota y desorientándolo, mientras controlaba los hilos del partido con autoridad y destreza.

Con Francia pensando en regresar a una final para buscar su segunda Copa, la figura de Zidane se veía dominante como un General de Napoleón, y obviamente era clave para el futuro inmediato del equipo del sobrio Domenech.

Antes de enfrentar a Portugal, todas las miradas eran para él. El Rey Pelé le concedió la mayor importancia en el resurgimiento de Francia. Su magia no se había agotado como llegamos a creer, estaba dosificando sus energías y su presencia seguía siendo altamente influyente.

Y no se detuvo. Brilló contra Portugal y sacó de sus alforjas recursos y trucos, para hacerse sentir contra Italia, más allá de ese penal admirable.

Mordió el anzuelo y provocado por Materazzi, se descontroló, agredió y fue expulsado. Pero aún asi, no se podía agrietar su grandeza.

 El hombre de casi 34 años que parecía estar huyendo de sus propias huellas, resucitó, vivió, vibró y fue decisivo, hasta el momento de su expulsión.